Por Rosa Campusano
Disfrutar con su familia, compartir el evangelio, acampar, jugar baloncesto, escribir y dirigir obras juveniles son algunas de las actividades extracurriculares que apasionan al maestro Jorge Luis Maldonado. Un hombre de fe y servicio que, conquistado por el Instituto Politécnico Loyola desde sus años de estudiante, hoy celebra más de dos décadas dedicadas a la enseñanza en esta casa de estudios.
El 24 de agosto de 2004, Jorge Luis Maldonado regresó al Instituto Politécnico Loyola, esta vez no como estudiante, sino como docente. Había egresado en 1996 como bachiller técnico y en 1997 como tecnólogo en Electrónica Industrial, mención Digital. Aunque al principio no estaba interesado en volver, un excompañero lo animó a presentar su hoja de vida, y días después ya estaba frente a las aulas.
Desde entonces, su camino en Loyola ha estado marcado por el crecimiento. Inició como profesor del bachillerato técnico, fue parte de los programas del Infotep y, con la creación del IEESL, asumió la docencia universitaria. Más adelante tomó la coordinación del área de Electrónica y, desde el 2018, es Coordinador Técnico Pedagógico del Nivel Secundario, cargo que ejerce con entrega y compromiso.
Su vocación por la enseñanza no nació de inmediato. “De niño me gustaba descubrir cosas y explicarlas, pero no me veía como maestro. Con el tiempo, en la iglesia, en los scouts, en el colegio, fui ayudando a otros a aprender. Al final las cosas se alinearon para que pudiera dedicarme a formar desde mi especialidad, la electrónica”, relata.
Maldonado entiende que enseñar va mucho más allá de impartir contenidos. Para él, lo más gratificante es “romper la barrera de la ignorancia y ayudar a que una persona descubra su potencial”. Ese espíritu de servicio lo inspira cada día a dar lo mejor de sí, convencido de que la docencia es un camino que lo acerca al maestro por excelencia: Jesucristo.
Hablar de electrónica es hablar de pasión para Jorge Luis. “Vivimos en un mundo tecnológico y la electrónica es ese hilo conductor que atraviesa todo: la automatización, los procesos inteligentes, la energía, la innovación. Te da apertura mental y creatividad. Desde niño me fascinaban los robots de los dibujos animados, y hoy puedo transmitir esa motivación a mis estudiantes”, expresa con entusiasmo.
Su paso por Loyola también le ha dejado grandes aprendizajes. Valora especialmente el interés por la persona, el trabajo en equipo y el magis, ese llamado a dar siempre más desde la realidad de cada uno. “Loyola es humano, cercano, espiritual e innovador. Aquí aprendí que siempre podemos ofrecer una mejor versión de nosotros mismos”.
Entre los mayores desafíos de su carrera destaca haber asumido la coordinación del área de Electrónica, un reto que lo llevó a trabajar con lo que tenían a mano, confiar en Dios y fortalecer el trabajo en equipo. “Eso nos permitió alinear objetivos, estabilizar al personal, motivar a los estudiantes y darle brillo al área. Fue un logro de todos”, recuerda con satisfacción.
Más allá de lo académico, su vida en Loyola ha sido un viaje entrañable: ha visto a antiguos maestros convertirse en colegas, a estudiantes crecer hasta graduarse, y hasta a una de sus hijas formarse y concluir estudios en la Institución. “He tenido amigos e hijos que no engendré, pero cuyo cariño sobrepasa las palabras”, agregó.
Con la mirada en el futuro, sueña con una educación más personalizada, que brinde tiempo para acompañar, tanto a los que más lo necesitan como a las mentes brillantes que llegan al IPL. También anhela proyectos de mayor impacto científico y social, que permitan crecer como comunidad.
A los jóvenes que hoy inician su camino en Loyola, les deja un consejo lleno de fe y esperanza: “Busquen a Dios, perseveren, crean en ustedes mismos. Los obstáculos no son el final, son oportunidades para levantarse más fuertes”.