Por Rosa Campusano
En agosto de 2002, motivada por el prestigio que siempre ha acompañado al Instituto Politécnico Loyola y animada por su amiga Elizabeth Sosa, Ana Hilda Benítez González dio sus primeros pasos en esta gran familia. Llegó como docente de nivel primario, sin imaginar que Loyola se convertiría en el lugar donde crecería como profesional y como persona.
Ana Hilda es de esos rostros dulces que transmiten paz al conversar con ella, una serenidad que también reciben cada padre y estudiante que llega a sus manos. Esa misma tranquilidad se ha convertido en parte esencial de su forma de acompañar y orientar.
Egresada de la Escuela de Formación de Maestros del IPL, inició su camino impartiendo clases en diferentes grados. Con el tiempo, su amor por el desarrollo humano la llevó a convertirse en licenciada en Psicología Clínica y, desde hace 14 años, forma parte del Departamento de Psicología, donde acompaña el crecimiento emocional de los estudiantes.
Su vocación por la enseñanza nació desde joven, cuando aún en el bachillerato fue descubierta por las hermanas de un colegio religioso que notaron en ella el talento y la disposición para educar. Desde entonces ha vivido la docencia como una misión, convencida de que su trabajo puede transformar vidas. “La nobleza, pureza y dulzura que transmiten los niños son mi mayor inspiración”, reconoce con ese brillo en los ojos que le caracteriza.
Los valores de Loyola han marcado profundamente su vida, en especial el trabajo en equipo, la honestidad y el servicio. Una frase ignaciana la acompaña desde el inicio: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”.
Entre sus recuerdos más significativos está el de un estudiante del Nivel Inicial cuyo comportamiento fue un reto para ella y la motivó a especializarse en educación inclusiva. “Ese niño me impulsó a seguir capacitándome, porque nosotros somos la esperanza de muchos niños y muchas familias”, agrega.
A lo largo de su trayectoria ha enfrentado desafíos, sobre todo al trabajar con la dimensión emocional de los estudiantes, pero siempre los ha vivido como oportunidades para crecer y ofrecer un servicio más humano. Su motivación es clara: estar a la vanguardia de los tiempos para continuar sirviendo con calidad y cercanía.
Fuera de las aulas, Ana Hilda disfruta compartir con su familia, leer y contemplar un amanecer en la playa, esos pequeños momentos que alimentan su espíritu.
Con la mirada puesta en el futuro, desea seguir fortaleciendo programas de modificación conductual y participar en proyectos que impacten positivamente a los estudiantes y sus familias. A los jóvenes que hoy inician su camino en Loyola les aconseja: “Disfruten lo que hacen, aprovechen el tiempo y dondequiera que Dios los ponga, den lo mejor de ustedes”.
